vonBenjamin Kiersch 27.08.2011

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Latin@rama documenta el testimonio de una mujer  acerca de los hechos sucedidos en un recinto policial en Peñalolén cuyo hijo de 17 años fue detenido y maltratado por carabineros la noche del 23 agosto 2011. El autor del blog conoce a la relatora y no tiene dudas sobre la autenticidad del testimonio.

Una y media página de texto con sólo dos signos de puntuación, intentaban relatar los hechos por los cuales yo estaba haciendo una denuncia a las 02:15 de la madrugada en la 43 ͣ Subcomisaría de Peñalolén.

El texto que intentó transcribir el funcionario de turno, difícilmente lograba transmitir mi frustración y profundo dolor por los hechos ocurridos con mi hijo y la indignante experiencia vivida durante las horas previas.

La presencia de decenas de testigos que les dijeron a carabineros que el grupo de 4 jóvenes de 17 años que estaban deteniendo no tenían relación alguna con la manifestación que en ese momento se desarrollaba, no fue suficiente para evitar que los chicos fueran subidos a un vehículo policial. Pareciera que el ser jóvenes estudiantes cuyos atuendos no suelen ser del gusto de los adultos, es razón suficiente para que todos sus derechos sean vulnerados y sean tratados como si fueran verdaderos delincuentes.

Una breve llamada evidenció la angustia de Antonio [nombre cambiado] quién sólo alcanzó a decirme que lo habían detenido junto a sus amigos, que no sabía a dónde lo llevaban, que me agradecía por todo y me quería mucho. Luego de eso cualquier intento por comunicarme con él fue inútil.

Tras muchas llamadas y visitar un par de comisarías del sector, logré saber dónde estaba mi hijo, o al menos saber dónde estaría, luego de realizado el procedimiento de constatación de lesiones.

Ni la más mínima empatía con los padres que, angustiados e impacientes, queríamos tener noticias de nuestros hijos después de casi tres horas de espera sin recibir ninguna respuesta. Sólo se limitaron a decirnos que habían sido detenidos por agredir verbalmente y escupir al rostro al personal de carabineros que los estaba controlando. Es cierto que los adolescentes son impulsivos, irreverentes y rebeldes, pero mi hijo no es tonto y sabe perfectamente lo que puede y lo que no puede hacer. Escupir la cara de un carabinero claramente es algo que jamás pensaría siquiera hacer (aunque debo decir que anoche, por momentos, a mí sí me dieron ganas de hacerlo).

Ni mis reiteradas advertencias de la necesidad de que Antonio se tomara su medicamento a la hora debida lograron conmover a los funcionarios de turno, fue la joven abogada, que casual y afortunadamente permanecía junto a nosotros, quien logró que le hicieran llegar las pastillas tras la advertencia de que sería responsabilidad de ellos si mi hijo tenía una crisis convulsiva estando en la comisaría por no permitirle tomar el medicamento en los tiempos requeridos.

Ya habían pasado casi cinco horas y nos seguían diciendo que los soltarían en un par de minutos, luego de realizar el procedimiento de rigor. Dicho sea de paso, se encargaron de dejarnos muy en claro que podían, si así lo querían, tomarse las ocho horas establecidas para realizar el procedimiento, por lo que era mucho mejor que tuviéramos paciencia.

Pasada la 1 am finalmente me llaman para poder ver a mi hijo y firmar la papeleta de “recibo” del menor. Cuando por fin logro entrar lo veo sentado en el suelo con sólo una polera, las zapatillas sin cordones y la carita roja. Les pregunto a los funcionarios por qué no le permitieron ponerse la parka, considerando la baja temperatura que había en el lugar en ese momento. La respuesta es que la parka tiene cordones, y que por procedimiento no puede tenerlos, no obstante que ya se los habían hecho sacar junto con los de las zapatillas.

De ahí en adelante las cosas empeoraron. Mi hijo, al verme claramente molesta por la forma en que lo trataban, me dijo en ese momento – delante de los funcionarios – que había sido golpeado varias veces por un carabinero, que lo habían agarrado del pelo y de una cachetada lo habían tirado el suelo, pidiéndole que se desvistiera en medio de las patadas que el mismo carabinero le daba para que lo hiciera más rápidamente. Una vez en calzoncillos y polera le volvieron a pegar en la cara.

No hace falta explicar lo que en ese momento sentí, no pude contener mi rabia e indignación. Comenzó entonces una serie de discusiones con respuestas absurdas que terminaron en que, “amablemente”, me sacaron del lugar, no sin antes irrumpir en la oficina del oficial a cargo,  pidiendo explicaciones y solicitando que aceleraran el procedimiento, ya que muy sonrientemente un funcionario me dijo que tendría que esperar a que hicieran todo el papeleo de nuevo porque se habían equivocado al escribir mi nombre en la papeleta.

Entre gritos y mis llantos, la abogada me sugirió que dejara constancia de la agresión de la que había sido víctima Antonio. Por más de quince minutos el oficial a cargo se negaba a realizar la constancia, dando una serie de justificaciones que a estas alturas no sabría repetir, pero la insistencia de la abogada logró que finalmente pudiera hacer una denuncia por los hechos sucedidos y el mal trato que todos recibimos. Ella, resignada, me dijo que es poco probable que algo suceda con la denuncia, pero que está dispuesta a acompañarme y hacer el seguimiento y las acciones necesarias para que al menos quede un registro de lo que allí sucedió la noche del 23 de agosto de 2011.

Hoy me quedé en casa con mi hijo, procesando y tratando de entender lo sucedido.

Me parece incomprensible la actitud y las acciones de algunos carabineros. Mientras discutía, uno de ellos me increpa y me dice que vive en la Victoria, que se levanta a las seis de la mañana y que más encima tiene que aguantar a “pijes” que andan haciendo desórdenes. Otro se rió cuando le dije que mi hijo, debido a la epilexia (así lo escribieron en la papeleta), requería tomar sus remedios a las 21:30 y dormirse temprano, diciendo que si eso era cierto, entonces qué estaba haciendo en la calle (lo detuvieron a las 19:30).

Al conversar con los carabineros, tratar de dialogar con ellos, al escucharlos, ver cómo escriben y de la manera que actúan, veo claramente que son una consecuencia directa de la mala calidad de la educación pública de nuestro país. Son el mejor reflejo de lo que significa la falta de oportunidades, lo que inevitablemente genera resentimiento.

Por nuestros niños y jóvenes, para que sean ciudadanos educados, tolerantes, respetuosos y comprometidos; y por los carabineros futuros, para que entiendan y cumplan en esencia su misión, seguiré manifestándome por lograr un profundo cambio social. Porque creo que sí podemos crear un mejor país donde vivir, porque nuestro país no necesita respeto y tolerancia, sino ciudadanos respetuosos y tolerantes que lo habiten.

Seguimos…

F. C.

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